viernes, 18 de septiembre de 2015

La Casa Abandonada

Entré al atardecer, con sol perdido)
El patio lloraba una estatua vacía.
Profundos caballos de polvo viajaban
  hacia los lugares más vagos del moho.
Un hoyo remoto pasaba a la nada.
El vacío entraba con sus muchedumbres
y con sus inmensas campanas ya mudas.
Oí un paso dado en otra centuria
y vi en una cisterna el muñón de mi alma.
Un viento blanquísimo dormía doblado
en un seco lienzo de aves olvidadas.
Un reloj yacía en ácidos profundos
y el peso de un pájaro recorría el muro.
Una niña muerta soñaba en un cuento
dicho desde una alta ventana de niebla.
Hacia atrás viajaba un abecedario,
los días antiguos eran los primeros
por una pequeña compuerta de naipes…
(En un muro blanco, hallé esta leyenda:
“El 7 de marzo murió María Eugenia”).
Arriba en la tarde flotaban obispos
con lámparas llenas de azufre y de trigo.
Arriba en la tarde.
Y no era yo mismo el que había vuelto.
Era un extranjero al que a veces lloro
y en el que ya he muerto
autor:  Cesar Davila Andrade

Vesper Marino

Rugió el lascivo mar a la manera
de un sátiro de barbas temblorosas,
al poner tu presencia en la ribera
tu gracia peculiar sobre las cosas.
Joyas raras y sedas olorosas
prestigiaban tu dulce primavera
y al deshojarse tus palabras era
cual si estuvieran deshojando rosas.
Hubo un silencio de éxtasis en todo…
el mar violento suspiró a su modo…
lloraron en las nieblas las esquilas…
Y me halló de rodillas el poniente
viendo abrirse los astros dulcemente
en el cielo otoñal de tus pupilas.

                                                                    Autor: Medardo Angel Silva

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